Es el lugar donde la injusticia se encaramó hace siglos; donde los militares violan a las mujeres, donde las mineras quieren apoderarse de los bosques, del oro, de la plata, donde el narco quiere controlar la amapola. Hubert no ha ignorado nada de eso, sabe que es necesario nombrarlo, porque si no se nombra no existe. Sabe que es necesario mantener viva la lengua me´phaa, porque es la identidad de su pueblo, porque es la herramienta para contar desde adentro lo que ahí pasa. Eso le quedó claro hace un par de años, cuando estaba reunido con unas mujeres de una cooperativa del pueblo indígena de Sutiava en Nicaragua.
Las mujeres le pidieron que les dijera las palabras “árbol” y “pueblo” en mè phaa. Hubert se las dijo y se le vino a la cabeza su pueblo. Le entró el temor de que en Zilacayota desapareciera su lengua y fuera sólo un recuerdo de los abuelos. Cuando regresó a México el recuerdo las mujeres de la cooperativa no se borraba.
Optó por solucionar a la inquietud: comenzó a confeccionar su primer libro de poemas. Retomó unos que escribió desde la preparatoria y otros nuevos. Ese libro lo nombró Xtámbaa, (Piel de Tierra), como la ceremonia que los indígenas mè phaa realizan cuando nace un niño: lo entregan a un “hermano animal” para se acompañen, se ayuden en este mundo. Hubert está consciente del riesgo que corren las lenguas originarias de desaparecer.
Sabe que afuera de los pueblos la vida es distinta, que la discriminación por no hablar español es una realidad cotidiana, que la educación no permite a los indígenas pensar como indígenas, sino como mestizos. Sabe que el mè phaa al no ser una lengua hegemónica no podrá incluirse en la globalización.
Pero Hubert desde niño ha ido conociendo su pueblo. Zilacayoca es un pueblo pequeño lleno de historias, leyendas y tradiciones. Cuentan que el cerro más alto, el de El Gachupin, sirvió se guarida al héroe guerrerense de la Independencia, Vicente Guerrero y, que 100 años después, lo ocuparon las tropas de Emiliano Zapata para protegerse. En ese cerro, cuentan los pobladores, aún están las formadas las trincheras. Todas esas historias se las contaron sus abuelos, sus padres, sus tíos. Las escuchó en las tardes cuando regresaban del trabajo o en el trabajo. Y cuando se dio cuenta él también las contaba. Fue en la secundaria cuando sintió la necesidad de escribirlas y encontró la poesía como la mejor herramienta. Escribió cientos de poemas que perdió con las mudanzas y que se borraron de los discos duros. Pero cuando murió su abuela recopiló los poemas que tenía y armó un libro en su honor que nombró Gòn natse (Luna que amanece), como ella le dijo que asi quería llamarse. En los poemas contó los consejos de su abuela.